Mientras los cardenales y obispos ofrecían su último adiós al papa Francisco uno a uno, una monja valiente decidió saltarse las normas y acercarse al féretro del pontífice. Su nombre es sor Geneviève Jeanningros, reconocida amiga del papa, quien fue conocida por su cercanía hacia las personas marginadas de Roma.

A sus 81 años, perteneciente a la orden de las Hermanitas de Jesús y con una mochila al hombro, Geneviève se acercó discretamente al área donde reposaba el cuerpo del papa Francisco, fallecido a los 88 años. Allí, la monja se detuvo para rezar y llorar en silencio, dejando a todos conmovidos.

A pesar de no estar en el protocolo estricto que exigía que solo los cardenales y obispos se despidieran primero, nadie se atrevió a interrumpir a Geneviève. Su acto de amor y reverencia fue un recordatorio poderoso de la conexión humana que el papa siempre promovió, desafiando las barreras de la jerarquía e invitando a la atención amorosa hacia los que más lo necesitaban.

Este emotivo momento muestra que, a veces, el corazón puede hablar más fuerte que las reglas, especialmente en momentos de duelo y despedida.