En un alarmante giro de los acontecimientos, muchos países han pasado de lidiar con altos índices de desnutrición a enfrentar un problema igualmente crítico: la malnutrición. Hoy en día, la disyuntiva para millones de personas es claramente visible: hambre u obesidad. Esta dualidad se ha convertido en una crisis de salud pública que afecta a diversos grupos demográficos, en especial a los niños y adolescentes.

La Organización Mundial de la Salud advierte que casi 1,9 mil millones de adultos tienen sobrepeso, y de ellos, más de 650 millones son obesos. Esto genera un círculo vicioso donde, a pesar de tener acceso a alimentos, las elecciones nutricionales inadecuadas y la falta de educación alimentaria están causando enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión y trastornos cardiovasculares.

Además, se ha revelado que la creciente disponibilidad de alimentos ultraprocesados, que son a menudo más accesibles y baratos, está contribuyendo a esta crisis en países en desarrollo y desarrollados. Las campañas de concientización sobre la importancia de una alimentación balanceada y la activación física deben intensificarse para combatir este fenómeno.

Mientras tanto, la malnutrición en sus diversas formas está afectando la producción y la capacidad de trabajo de las poblaciones, comprometiendo el futuro de economías enteras. Es imperativo que tanto los gobiernos como las organizaciones no gubernamentales trabajen de la mano para ofrecer soluciones sostenibles.

En este contexto, surge una pregunta crucial: ¿qué medidas se están tomando para revertir esta creciente epidemia? Los especialistas destacan la necesidad de políticas públicas que promuevan la educación nutricional en las escuelas y programas de subsidio para frutas y verduras frescas, especialmente en comunidades marginadas.

La pelea contra la mala alimentación está lejos de haber terminado, y el tiempo para actuar es ahora.