Las cicatrices neurobiológicas de la adversidad durante la infancia
2025-01-14
Autor: Pedro
El famoso estudio sobre los niños adoptados de Rumanía es uno de los denominados "experimentos naturales" que nos ilumina sobre los efectos del trauma infantil en el cerebro. En 1966, el dictador Nicolae Ceaușescu implementó drásticas políticas para aumentar la natalidad, lo que condujo al abandono masivo de numerosos niños que fueron a parar a orfanatos en condiciones terribles, donde carecieron de cuidados, atención y amor.
Investigaciones revelaron que muchos de estos niños presentaban un cerebro atrofiado, lo cual explicaba en parte su bajo rendimiento cognitivo. Curiosamente, la atrofia era más pronunciada en aquellos que pasaron más tiempo institucionalizados.
La infancia es un periodo crítico para el desarrollo cerebral, y lamentablemente, este puede verse interrumpido de múltiples maneras, desde el maltrato y abandono, hasta la exposición a la guerra y la violencia.
Una cuestión de estrés
Conocer los efectos neurobiológicos de la adversidad en la niñez puede ser fundamental para entender y tratar sus secuelas psicológicas. La investigación apunta a que estos efectos impactan especialmente en el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, el principal sistema que regula el estrés, cuyas hormonas, como el cortisol, son esenciales para la reacción ante amenazas. Sin embargo, el exceso de cortisol puede ser perjudicial. Se ha documentado que los niños expuestos a conflictos bélicos presentan niveles elevados de cortisol e inmunoglobulina A, lo que indica una activación del sistema inmunológico.
Alteraciones en el cerebro
Las marcas de la adversidad en el cerebro se localizan en áreas sensibles como el hipocampo, crucial para la formación de recuerdos y orientación espacial. Esta zona es particularmente vulnerable al estrés debido a su alta concentración de receptores de glucocorticoides, que se disparan en situaciones traumáticas. Un estudio reciente reveló una reducción del 17% en el volumen del hipocampo de niños que habían experimentado múltiples eventos traumáticos, comparado con sus pares sin tales experiencias.
Diferentes tipos de trauma
Es clave señalar que la adversidad no solo varía en severidad, sino también en su naturaleza. El maltrato se asocia con trauma por comisión mientras que la privación se relaciona con trauma por omisión. Un análisis sistemático sugiere que el trauma por comisión, ya sea por abuso físico o exposición a violencia de género, afecta más seriamente a las estructuras límbicas del cerebro, como la amígdala, generando una reactividad excesiva a estímulos inofensivos.
Por otro lado, la privación parece impactar más las áreas del lóbulo frontal, que son responsables de procesos complejos como planificación y razonamiento. Esto está en consonancia con los hallazgos del estudio de los niños rumanos, donde la falta de cuidados causó atrofia cerebral y déficits cognitivos. Además, investigaciones han demostrado que la privación ralentiza la maduración, mientras que el maltrato tiende a acelerarla.
La huella genética de la adversidad
Uno de los descubrimientos más sorprendentes de este siglo es la posibilidad de que el ambiente influya en la expresión genética. A través de la epigenética, se ha observado que los niños maltratados presentan patrones de expresión genética atípicos. El maltrato infantil también está relacionado con un "envejecimiento genético", evidenciado por una expresión genética que corresponde a un mayor nivel de maduración biológica que el cronológico, incluso asociado con síntomas de depresión. Un estudio sobre la hambruna holandesa de 1944 reveló que los individuos cuyas madres experimentaron hambre durante el embarazo mostraban alteraciones en los genes vinculados al metabolismo, lo que explica sus altos índices de obesidad en comparación con sus hermanos que no sufrieron hambre.
La neurobiología de la resiliencia
A pesar de estas adversidades, es vital no perder de vista el aspecto positivo: el cerebro humano es altamente plástico, y muchos individuos logran superar las dificultades de su infancia. Este fenómeno se denomina resiliencia. En algunos niños adoptados de Rumanía, se observó que sus déficits de cociente intelectual disminuían a lo largo de los años posterior a la adopción, acercándose a rangos normales. Aquellos que pasaron menos de seis meses en instituciones mostraron desde un comienzo valores normativos en todas las variables estudiadas. Conocer estas capacidades puede ser la clave para brindar el apoyo necesario a los niños que han enfrentado adversidades en su desarrollo.