A primera vista, las conferencias climáticas organizadas por la ONU, conocidas como COP, pueden parecer una contradicción. Este año, la cumbre se llevó a cabo en Bakú, la ciudad que alberga la mayor industria petrolera del mundo. Solo el año pasado, alrededor de 200 gobiernos, junto a funcionarios de Naciones Unidas y consultores con diversos intereses, se reunieron en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, para discutir urgentemente sobre la necesidad de abordar la crisis climática.

Sin embargo, el hecho de que estas cumbres se celebren en lugares que son epicentros de la actividad petrolera pone en entredicho la profundidad de sus compromisos. La controversia no termina ahí. Se estima que el viaje del presidente Sánchez a Bakú generó un impresionante total de 140 toneladas de emisiones de CO2 a la atmósfera debido al uso de 77.624 litros de queroseno para el transporte aéreo.

Esto plantea una pregunta crucial: ¿cómo puede el liderazgo global en la lucha contra el cambio climático ser efectivo si las acciones individuales contradicen las palabras? La exposición a los efectos del cambio climático se vuelve cada vez más tangible y resulta imperativo que se integren soluciones sostenibles en cada etapa de estas cumbres.

Después de todo, el futuro del planeta depende de decisiones que van más allá de las promesas. Ahora más que nunca, la comunidad internacional necesita un cambio real y significativo que se alinee con la urgencia del momento.