La nueva arma rusa antisatélites abre la puerta a una guerra nuclear en el espacio
2024-12-02
Autor: Santiago
El 14 de febrero de 2024, Michael Turner, presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes estadounidense, hizo sonar las alarmas al declarar que existía “una seria amenaza a la seguridad nacional”. La Casa Blanca respaldó estas afirmaciones al señalar que Rusia estaba desarrollando un poderoso sistema antisatélite. Aunque no se mencionó explícitamente el término 'nuclear', la insinuación estuvo presente en el mensaje.
Unas semanas más tarde, el 20 de febrero, Vladímir Putin desmintió estas acusaciones, afirmando estar “categóricamente opuesto al despliegue de armas nucleares en el espacio”. Sin embargo, en abril, Japón y EE. UU. llevaron al Consejo de Seguridad de la ONU una propuesta para reforzar un tratado de prohibición que tiene más de 57 años, la cual fue vetada por Rusia, contradiciendo totalmente las palabras de Putin. Luego, el 17 de mayo, desde Plesetsk despegó el Cosmos 2576, un satélite militar que muchos observadores sugieren es un prototipo de una nueva arma antisatélite, al menos por el momento, sin carga nuclear.
La lógica detrás del armamento atómico en el espacio es cuestionable. Un ataque contra un objetivo terrestre desde la órbita requeriría un considerable tiempo de espera, lo que haría más eficiente un misil balístico. Sin embargo, si el objetivo es neutralizar los satélites del enemigo, existen distintas maneras de hacerlo. Utilizar proyectiles cinéticos o armas de energías dirigidas es una opción, aunque la más directa y efectiva sería probablemente detonar una carga nuclear cercana. Tanto EE. UU. como la URSS han llevado a cabo pruebas de este tipo bajo el pretexto de investigación científica. La primera de ellas fue la operación Argus en 1958, seguida por varios ensayos soviéticos en la década de los 60.
Uno de los experimentos más notables fue la operación Starfish Prime, que se realizó el 9 de julio de 1952. Un cohete Thor lanzó una bomba nuclear a 400 kilómetros de altura, generando una explosión que se vio desde Honolulu como un enorme espectáculo de luces que duró cerca de quince minutos. Sin embargo, el pulso electromagnético generado provocó apagones y dañó diversos satélites, así como creó un cinturón de radiación alrededor de nuestro planeta.
No debemos olvidar que los efectos de tales detonaciones han dejado cicatrices en el pasado, como en los territorios soviéticos, donde las explosiones atómicas causaron daños extensos. Ahora, en el contexto de tensiones internacionales renovadas, el miedo a que se repitan estos experimentos en el espacio es más relevante que nunca.
Hoy, la situación es diferente. A diferencia de 1962, cuando orbitaban unos 24 satélites, actualmente hay más de 10,000 en el espacio. Muchos de ellos son vitales para servicios civiles como comunicaciones e internet. Un ataque nuclear podría resultar en un desastre total, afectando tanto a los enemigos como a los aliados y provocando un colapso de las infraestructuras tecnológicas a nivel global.
Por otro lado, si ocurriera una explosión nuclear en el espacio, la lluvia de protones y electrones podría crear auroras artificiales visibles desde cualquier rincón del planeta. Pero para aquellos cercanos a la explosión, las consecuencias serían devastadoras, comparables a observar un segundo sol seguido de una mortal lluvia de rayos X.
Los satélites militares pueden estar blindados, pero la mayoría de los satélites civiles no están diseñados para resistir radiación de alta energía. Esto plantea un dilema para cualquier país que considere el uso de armas nucleares en el espacio: el daño colateral a sus propios recursos podría ser demasiado alto para asumirlo.
Como alternativa a las armas nucleares, se están explorando tecnologías que no dependan de explosiones nucleares. Una posibilidad sería crear satélites que generen pulsos electromagnéticos controlados para desactivar otros satélites enemigos sin causar una catástrofe global. Sin embargo, para operar de manera efectiva, estos dispositivos requerirían fuentes de energía mucho más potentes de lo que las tecnologías actuales pueden ofrecer.
Con el lanzamiento de tecnologías siempre a la vista y los conflictos geopolíticos en aumento, el futuro de la guerra en el espacio es incierto y preocupante. La pregunta no es solo si se permitirán armas nucleares en el espacio, sino cómo podremos garantizar la seguridad de nuestros propios sistemas tecnológicos en un mundo donde la posibilidad de una catástrofe se vuelve cada vez más tangible.