Ciencia

La Reveladora Historia de una Psicóloga Trans: ¿Qué Hay Detrás del 9,9%?

2024-12-15

Autor: Santiago

En 2017, la psicóloga Josefina Cáceres realizó un llamado al doctor Juan Maass, director del Instituto Psiquiátrico José Horwitz. Durante esta conversación, reveló un cambio transformador en su vida: había dejado de ser José Luis para convertirse en Josefina. Esta decisión no solo significó un ajuste en su identidad personal, sino que marcó el inicio de un viaje profesional hacia la comprensión del mundo trans.

Cáceres comenzó su camino en el ámbito clínico, más tarde se dedicó a la psicología organizacional en el retail y finalmente llegó a la docencia. A los 44 años, decidió vivir auténticamente como mujer, abandonando su vida anterior, y comenzó a estudiar el mundo trans, buscando no solo su verdad, sino también ayudar a otros en su camino de descubrimiento.

La transición de Cáceres trajo consigo desafíos personales, especialmente con su familia. Enfrentó el rechazo de su hermano y la angustia de su madre, quien no pudo lidiar con la nueva realidad. Sin embargo, el deseo de vivir auténticamente prevaleció. "No me voy a seguir mintiendo, porque me he mentido toda mi vida", dijo Cáceres al reflexionar sobre su decisión.

Al buscar regresar al área clínica, Maass la invitó a presentar sus hallazgos en un seminario del Horwitz. Cáceres expuso sobre la falta de investigación nacional, la dependencia de estudios extranjeros y la urgente necesidad de validar conocimientos para ofrecer mejores tratamientos a las personas trans. Este seminario fue el inicio de un proyecto que prometía un cambio en la atención de salud mental para esta comunidad.

Antonio Menchaca, un psiquiatra con décadas de experiencia en el tratamiento de desórdenes de carácter, se unió a Cáceres para formar un equipo dedicado a la atención de pacientes trans en el Horwitz. Sin embargo, se encontraron con un grave problema: las personas trans muchas veces evitaban los hospitales, percibiéndolos como lugares potencialmente peligrosos. Durante años, el equipo se preparó para la llegada de pacientes, pero ellos rara vez aparecían.

Finalmente, en 2019, llegaron los primeros pacientes, incluyendo a Eme, un adolescente que navegaba por su propia confusión de género. A través de su experiencia, Cáceres aprendió que no existía una única receta para la transición y que la salud mental de cada persona necesitaba ser considerada de manera individualizada.

El equipo asumió un enfoque diferente al que predominaba en otras clínicas. En lugar de seguir la práctica afirmativa, optaron por un modelo más moderado, inspirado en el enfoque holandés, que buscaba acompañar al paciente en su proceso de autodescubrimiento sin apresurar decisiones sobre tratamientos hormonales. Este enfoque fue objeto de críticas, pero también abrió un espacio necesario para el diálogo.

Con el tiempo, la unidad de Cáceres y Menchaca comenzó a recibir más pacientes, pero también se encontraron con preocupaciones sobre el rápido aumento en la autopercepción de las identidades trans. La psicóloga y el endocrinólogo Rafael Ríos empezaron a cuestionar la cantidad de adolescentes que llegaban buscando hormonas, a menudo impulsados por la influencia de grupos sociales y la falta de un diagnóstico claro.

Cáceres se dio cuenta de que un porcentaje significativo de estos jóvenes, después de un tiempo con tratamiento, decidía desistir. Un seguimiento de 87 pacientes mostró que casi el 10% de ellos detuvo su proceso de transición. Esta alarmante cifra, un 9,9% de detransiciones, dio pie a un debate encendido sobre la salud mental y el tratamiento de las personas trans, generando reacciones mixtas en la comunidad profesional.

A pesar de las críticas que recibió, Cáceres viajó a varios países, compartiendo su experiencia y la polémica cifra del 9,9%. Sin embargo, ella se siente cada vez más alejada de ese mundo, buscando enfocarse en su práctica con pacientes con trastornos de personalidad donde aún no ha habido una fuerte carga ideológica.

Hoy, Josefina Cáceres busca alejarse de la controversia y concentrarse en ayudar a aquellos que luchan con problemas de salud mental más convencionales. Reflexionando sobre su viaje, concluye que su número no solo ofrece una estadística, sino que representa una realidad compleja que aún necesita ser comprendida y abordada con empatía y rigor científico.