
‘Adolescencia’: El Niño con Mayúsculas
2025-04-02
Autor: Marta
“Que le den al niño pequeño en internet”, afirmaba Lee Edelman en No Future, aludiendo al Niños con mayúsculas: esa figura cuya fragilidad debe ser protegida a toda costa de las malas influencias y la corrupción moral y sexual, ya que de ello depende la perpetuación de los valores de la nación. La utilización del miedo hacia esta vulnerabilidad de la infancia no es un fenómeno novedoso de la extrema derecha; su historia se remonta a la condena de muerte de Sócrates en Atenas, cuando fue considerado una amenaza para la juventud con sus palabras. Desde entonces, la figura del Niño ha sido empleada como un mecanismo de vigilancia social sobre el discurso público, un concepto desprovisto de ningún niño real y transformado en un dispositivo de control social.
La serie Adolescence logra capturar con notable precisión esta ambivalencia del Niño mientras explora sus efectos. La vulnerabilidad del Niño se despliega en la serie, presentando al protagonista como víctima de bullying –insultos, escupitajos, aislamiento, humillación online– y, paradójicamente, como asesino de una de sus agresoras, cuya despreciable conducta en redes desemboca en su erradicación social.
La secuencia de eventos comienza cuando la víctima, en un intento de socialización, responde que no está “tan desesperada” como para salir con él, lo que provoca su escarnio público en Instagram. La psicóloga que evalúa al protagonista, plantea interrogantes sobre el uso de su cuenta de Instagram: "¿Por qué tienes cuenta? ¿Para compartir tus fotos? ¿Lo haces con la esperanza de ligar?". No obstante, a medida que avanza la trama, se revela que el Niño ha estado expuesto a la manosfera: foros y comunidades online misóginas, como la de los incels, quienes justifican su falta de éxito sexual a través de discursos sexistas en primera persona. Este fenómeno se convierte, por ende, en una representación moderna de la masculinidad tóxica.
Sin embargo, el protagonista no se retrata como un incel en ningún momento de la narración; en su lugar, su víctima lo asocia con esta categoría tras rechazarlo. Esta conexión se manifiesta a través de insultos y la condena social, rebosante de ‘me gusta’ en el ámbito escolar. El Niño asume que es el “más feo”, internalizando el peso de la humillación.
Los eventos desembocan en un desenlace trágico, pues el Niño, tras sufrir un torrente de burlas y acosos sistemáticos, asesina a su bully. Este acto, que podría leerse como una explosión de violencia desproporcionada, se vuelve un punto focal de discusión acerca de los nexos entre el machismo y la violencia juvenil. En el interrogatorio posterior a su arresto, la policía comienza a relacionar su crimen con influencias de la manosfera. La serie no cesa en plantear cómo los estigmas de su experiencia, agravados por la comunidad en línea, transforman la narrativa de la culpabilidad y amortiguan la responsabilidad del entorno que propició tal desenlace.
Las mencionadas dinámicas de poder sexuales entre adolescentes complican aún más la historia. La bully, a su vez, se convierte en víctima de abuso público, mostrando cómo la vulnerabilidad puede oscilar entre agresor y agredido. A medida que ambos personajes lidian con sus respectivas humillaciones, la serie establece una crítica incisiva sobre la cultura del bullying, la violencia de género y la influencia del entorno digital en las relaciones interpersonales.
Es crucial señalar cómo la serie refleja el contexto actual, donde el miedo hacia la exposición de los jóvenes en internet da pie a propuestas de regulación más estrictas en muchos países, incluyendo una ley en España cuya intención es elevar la edad mínima de acceso a redes sociales de 14 a 16 años, exigiendo además permisos que garantizan la edad del usuario. Estas medidas reflejan el temor de los adultos hacia la vulnerabilidad que sienten al enfrentar las realidades digitales de la juventud, sin abordar, de manera efectiva, las raíces de la violencia y el bullying en el entorno escolar.
La serie, en su complejidad, no solo expone la fragilidad del Niños, sino que invita a una reflexión más amplia sobre cómo navegamos las dinámicas de poder y agresión en la adolescencia, lo que nos lleva a cuestionar: ¿tienen los adultos derecho a preguntar a los jóvenes sobre sus experiencias en estas plataformas? Una pregunta profundamente pertinente en un mundo donde el control se presenta como la única respuesta ante una crisis que urge por una pedagogía inclusiva y responsable.