Al leer con cierto retraso la fascinante biografía de Emilio Alonso Manglano, titulada 'El jefe de los espías', no puedo evitar imaginar a Sabino Fernández Campo, exdirector del CESID, como un hombre agobiado por sus múltiples responsabilidades. Su papel como asistente, confidente y a veces, niñero del entonces Rey Juan Carlos, lo convertía en un verdadero malabarista de la política y los secretos de Estado.

El libro de Javier Chicote y Juan Fernández-Miranda menciona ocasionalmente a Sabino, pues su trabajo a menudo se cruzaba con las intrigas palaciegas que debía gestionar Manglano. ¿Quién hubiera imaginado que el rey podía tener tantas deudas y escándalos ocultos? Desde los rumores sobre préstamos no devueltos, incluidos aquellos dineros Saudíes, hasta las peticiones de silencio de Bárbara Rey a cambio de dinero, las revelaciones continúan desgastando la imagen del rey emérito.

Con la reciente publicación de varios libros sobre Juan Carlos, la narrativa ha cambiado. Estos nuevos relatos se alejan de la glorificación y el mito, y en su lugar, ofrecen una mirada más crítica y a menudo escandalosa. La barrera que protegía al rey ha comenzado a desmoronarse, permitiendo que los secretos del pasado salgan a la luz. Si Sabino estuviese vivo hoy, seguramente no tendría que lidiar con estos asuntos de una forma tan clandestina. Ya no habría necesidad de barrer información delicada bajo la alfombra, ni de negociar en la penumbra de Zarzuela.

Por si fuera poco, los escándalos que involucran regalos polémicos y pagos por favores amorosos han vuelto la gestión de la Casa Real aún más compleja. Sabino, que durante su vida mostró un gran sentido del deber y la lealtad al rey, debe estar revolviéndose en su tumba al imaginar el caos que sufre la institución. En los pasillos de Zarzuela, no sería de extrañar escuchar su preocupación por el futuro de la monarquía, mientras el rey parece enredarse cada vez más en un juego peligroso, lleno de secretos y potenciales traiciones.