
Lydia, la mujer de las dos tragedias: una lucha por la supervivencia
2025-04-05
Autor: Francisco
Lydia ha enfrentado un auténtico calvario desde que contrajo COVID-19 en enero de 2021. «Sufrí cuatro contagios, el primero fue el más devastador; estuve en cama durante dos meses, como si fuera una gripe muy fuerte», comparte con tristeza. Desde ese instante, su salud cambió drásticamente y comenzó a experimentar episodios recurrentes de disnea y deterioro cognitivo. Aunque algunos síntomas iniciales remitieron, un mes más tarde, Lydia notó que los problemas más inusuales regresaban con fuerza.
A pesar de sus constantes visitas al médico, muchos no sabían cómo ayudarla, dejándola desolada. «Los médicos insistían en que iba a estar bien, que era todo psicológico», se lamenta. Con el tiempo, las vacunas complicaron aún más su situación, y a medida que continuaba contagiándose, la última vez en enero de 2024, su vida se tornó insostenible: «La fatiga permanente me ha dejado casi inmóvil.» En momentos tan simples como ducharse, sus pulsaciones se disparan hasta 180, mostrando el impacto severo que el COVID persistente y la encefalomielitis miálgica tienen sobre su cuerpo.
A pesar de haber sido atendida en la unidad de COVID persistente del Hospital General de Valencia, el servicio cerró, dejando a Lydia nuevamente a merced de médicos que no comprenden su condición. «Me siento atrapada, sin poder trabajar ni generar ingresos», confiesa. Esta condición devastadora ha hecho que se cuestione hasta los actos más cotidianos, como ducharse: «A veces pienso dos veces si solo debo lavarme o si quiero seguir viva.»
La tragedia se intensificó el 29 de octubre cuando su comunidad fue golpeada por una inundación. Mientras estaba en casa, miró por la ventana y vio el agua marrón inundando la calle. Dos minutos después, su vecina llegó avisándole que el barranco se había desbordado y debía evacuar. Con una muleta, logró salir y se refugió con otros veinte vecinos en su hogar. La dificultad llegó cuando se quedaron sin comida y agua hasta que voluntarios finalmente acudieron en su ayuda.
Después de días de angustia, fue acogida por su tía en Massanassa, un segundo piso que tampoco ofrecía las mejores condiciones, ya que el ascensor estaba fuera de servicio debido a la riada. Lydia comparte su lucha diaria: «Solo bajo para ver a los médicos, el resto de mi día es en el sofá o en la cama». La vida de esta mujer ha cruzado una línea hacia la desesperación: «Necesito tres o cuatro días de reposo antes de salir, y otros tantos días para recuperar el aliento después. A veces el agotamiento es tal que no puedo ni tomar el teléfono», relata entre lágrimas.
Aún así, no se rinde. A través de su historia, busca visibilidad para aquellos que, como ella, están atrapados en un sistema que no los comprende. «No lo hago solo por mí, lo hago por todos los ancianos y personas con discapacidad que no pueden salir de casa. Todos merecen la dignidad de poder recibir atención y salir a tomar el sol», enfatiza.
Lydia piensa también en sus compañeras del Colectivo COVID Persistente, a quienes siente como un soporte vital. «Solo pedimos ser escuchadas, que se nos crea, y que se investiguen estas enfermedades. En España somos alrededor de dos millones con COVID persistente. Nuestra enfermedad puede ser invisible, pero nosotras existimos», afirma con firmeza. Finalmente, revela la tristeza que le causa ser considerada exagerada: «Escucho solo a mi doctora y a mi cuerpo, y a veces, ignorar nuestra condición solo nos lleva a un mayor deterioro».
Al preguntarle por su edad, Lydia responde con resignación: «Desde que pasé los 25, dejé de contar los años. Pero hoy me siento como una anciana de 90». Su historia es un recordatorio del impacto real que el COVID-19 ha tenido en la vida de tantas personas, y un llamado de atención a la sociedad para que reconozca el sufrimiento que muchos todavía enfrentan.